miércoles, 10 de agosto de 2011

20-N, el punto de inflexión.

Al fin se destapó el enigma de la fecha de las elecciones generales. Ya hacía algunas semanas que el río gritaba que serían en Noviembre y, efectivamente, el día 20 nos toca a la sociedad juzgar el papel que han tenido los distintos partidos políticos que se presentan.

Por un lado tenemos un Partido Socialista Obrero Español con la credibilidad bajo mínimos, que trata de reconciliarse con aquél que fuera su votante fiel, ahora decepcionado. Por otro lado, un Partido Popular nada merecedor de la mano de cartas que le ha tocado en esta partida. El mal endémico del bipartidismo genera unas inercias que, en este momento, catapultan a la derecha hacia arriba. Lo hemos comprobado en las elecciones autonómicas y municipales recientes y ahora sufrimos todo el peso de la democracia a nuestras espaldas destrozadas, a la espera de Paracetamol en la cola infinita de algún Hospital público. Se trata, pues, de un escenario en el que la ultraderecha ya celebra la victoria y la derecha se disfraza de izquierda edulcorada. La esperanza de los votantes como yo, dile de "izquierdas", dile "progresistas", está en los partidos minoritarios.

Estamos viviendo, desde hace unos meses, una serie de movimientos sociales muy importantes en este país. El movimiento 15-M, o de lxs "Indignadxs", alberga en sus entrañas discursos de lo más variopinto, pero me quedo con el menos apartidista de todos, el que reclama el cambio de la Ley Electoral para poder hacer más justa la conversión de votos en escaños, más democrático el sistema. Dado el poco margen de tiempo que tenemos para lograr este objetivo, debemos analizar qué partidos conforman la izquierda en este momento y de qué formas pueden encajarse cada una de esas piezas para tener más fuerza.
Históricamente el partido que ha liderado la izquierda, digamos, revolucionaria ha sido Izquierda Unida, pero sus trifulcas internas y cierto anquilosamiento en formas decimonónicas de organización han generado desconfianza no tanto en su electorado, sino en aquél votante socialista dolido del que hablaba anteriormente y que perfectamente podría apoyar su proyecto. Admiro profundamente a Izquierda Unida en tanto que ha mostrado su voluntad de aunar esfuerzos con el objetivo de unificar la izquierda española, pero hay actitudes, personalismos, que denotan una cierta arrogancia, seguramente justificada por el volumen de las bases y del electorado que conforman el partido y que, no obstante, dificultan el desarrollo de este propósito.

En la anterior legislatura IU firmó una alianza poselectoral con Iniciativa per Catalunya Verds, que se presenta en coalición con lo que sería el homónimo catalán de IU, Esquerra Unida i Alternativa. La relación entre ambos partidos ha sido positiva, de hecho las discrepancias entre IU e ICV en el Congreso caben en una mano. Sin embargo, en estas elecciones se intuyen rupturas. Si bien es cierto que no hay información oficial, entendida como no procedente de filtraciones a algunos medios, se rumorea que no se repetirá esta alianza. Cabe tener en cuenta que IU ahora está dirigida por Cayo Lara y no por Gaspar Llamazares, dos perfiles de persona y de político distintos, y cabe destacar el papel de la recién parida formación ecologista Equo. Si IU es el referente estatal de EUiA, Equo vendría a ser el de ICV y esta situación afecta, irremediablemente, al clima de la coalición catalana.

Nos sobran temores, dudas y alguna encrucijada a los militantes de ambos partidos que defendemos la coalición. Dependiendo de la capacidad de dialogar, dependiendo de la cantidad de condiciones sine qua non de unos y otros, dependiendo de la actitud de todas las personas que sostenemos sendos aparatos e, indudablemente, de los resultados electorales, el puzzle que surja los días posteriores al 20-N será uno u otro.

Por el momento, confiemos en el sentido común de políticos y de votantes. El 20 de Noviembre constituye el principio y el fin no solamente de una legislatura, puede que también de la realidad que estamos acostumbrados a vivir. Un voto blanco supone un guiño al establishment bipartidista. Un voto nulo y no ir a votar exactamente lo mismo. Pero esos tres votos bien utilizados marcan la diferencia entre lo público y lo privado, entre pagar los de siempre o que paguen los que tienen. Sentido común pido a los políticos para hacer lo imposible por sumar fuerzas y facilitarnos el voto a la gente de izquierdas. Sentido común pido a las personas que han manifestado su indignación, su compromiso y sus ganas de cambiar las cosas. O lo hacemos por las urnas o mediante las armas. Sentido común.