jueves, 2 de diciembre de 2010

Dime, currante de turno, currante de siempre...


¿por qué reniegas de tu condición? ¿Cuándo cambiaste la humildad por codicia, la solidaridad por egoísmo? Dime, ¿Por qué ves enemigos entre tus filas y los atacas sin piedad? ¿Cuándo, explícame, cuándo cerraste los ojos y tiraste la toalla?
Pero dime, sobretodo, cuándo dejaste de sentirte orgulloso de ser trabajador.

Hiciste un trueque con el patrón, la envidia te corrompió, y regalaste tus valores por aparentar ser patrón, por tener algo más, una tele mejor, una casa mayor, un coche más veloz. Te has vendido, te has dejado seducir y ahora lo estás pagando, lo pagamos todos. Te engañas si crees que la ostentación es el camino hacia la felicidad. Ni el hábito hace al monje ni es más feliz el que más tiene.

Tu ambición por tener más sólo te está generando más hambre. Y tus ansias por saciar ese voraz hambre te obligan a necesitar más dinero, a ser más egoísta, a cualquier precio. No te importa que alguien pase hambre mientras tú tengas final de mes y un plus por horas extras. Te da igual todo pero acabas culpando a alguien de tus desgracias, sin tener en cuenta la suerte que tienes. ¿No te molesta tanta vacuidad?

Abre los ojos, aterriza de esa nube en la que vives. Mira más allá de tu ombligo. Formas parte del hormigón que sostiene este mundo. Que si te mueves, hasta el edificio más alto puede caer. Recupera el espíritu de lucha, el orgullo de trabajador. Créete necesario e incluso imprescindible, sin dejar de lado la modestia.

El mundo puede y debe cambiar. Tres voces se oyen más que una y doce más que tres.
Nosotros somos más, ¿Por qué permitir que nos toreen unos pocos? Ni en los tiempos más negros de la historia hemos estado tan dispersos. Hemos vivido batallas, injusticias, torturas... pero siempre, absolutamente siempre unidos, fieles, siempre luchando con los ojos puestos en un futuro mejor y con la convicción de que nuestros valores son el arma más potente. Siempre compartiendo.

El día que vuelvas a sentir tuya la responsabilidad de luchar por tus derechos y por los míos, los de todos. El día que recuperes la humildad y te des cuenta de que no eres distinto de cualquier otro trabajador del mundo, algunos más conscientes de su explotación que otros.
El día en que volvamos a ser un equipo, una clase compacta, que tire de la cuerda en la misma dirección, ese día estoy convencida de que empezará una nueva era.