lunes, 12 de julio de 2010

Y que me quiten lo bailao.


Este calor es insoportable. Sólo se puede combatir con el aire fresquito de mi balcón y tratando de pensar en otra cosa.

La mente funciona en definitiva como un ordenador: código binario, sencillez, "sí" o "no". Por tanto, es más facil ver el mundo de manera racional mediante los pros y contras de una decisión. Cálculo y frialdad en su estado más puro. Significaría escoger el camino que nos aportase el máximo beneficio posible frente a un coste mínimo. Pero, claro, la existencia del "tal vez" o el "no sé" precediendo unos puntos suspensivos no son ningún capricho. Y esque no somos ni podemos ser máquinas por más que existan imitaciones baratas.
Sentimos. Sentimos ternura, placer. Sentimos tentación, orgullo, culpabilidad. Sentimos el "sí" y el "no" a la vez, pero no podemos resetearnos y olvidar el problema. Aplicar la racionalidad nos lleva a un círculo vicioso interminable que supone una auténtica pérdida de tiempo, porque hay algo indescriptible que decanta la balanza de manera especial. Ese algo proviene de algún lugar entre la espina dorsal y el estómago. Razón versus Corazón, eternos rivales.
Si me tuviera que ceñir a un guión Disney, mi abuela-sauce me aconsejaría abrir el corazón y entonces lo entendería todo. Pero ni los árboles cantan ni Disney sabía escribir guiones, así que toca tirarse a la piscina y esperar a ver si el agua confirma un acierto o las racholas azules del fondo una equivocación.

En general, el consejo que doy siempre es arriesgar, así la caída sea de quince metros de altura. De todo lo malo se aprende algo no? La próxima vez ya sabrás cómo salir de una piscina vacía. Y de esta forma añades una experiencia más a la lista. Suelo vivir de impulsos y por eso sé que dará igual las vueltas que le de a las cosas mientras llego al límite del trampolín. Decidiré saltar, aunque sea por la curiosidad de saber qué hay al final.
Vida sólo hay una. Sería muy triste desperdiciar un solo minuto imaginando qué habría pasado.